A finales de siglo XVIII tuvo lugar en Madrid un cambio en la estructura residencial de la nobleza. Aunque siguieron en ellos los nuevos gustos de la Monarquía Borbónica que comenzó su reinado levantando el Palacio Real en el lugar donde se había erigido el antiguo Alcázar.
Hasta entonces los nobles de la capital española habían ocupado viejos caserones de presencia exterior pobre, que no correspondía con el magnifico lujo del interior, que albergaba vasijas de plata, colecciones de cuadros y otros objetos suntuarios. La construcción de nuevas casas no se había llevado a cabo, porque dentro del casco urbano no existía el espacio suficiente, ni las condiciones urbanísticas apropiadas, ya que predominaban las calles estrechas y laberínticas.
Por eso cuando comenzó a llegar el gusto por los palacios de fachada decoradas y grandes jardines, procedente de Francia, influencia del pensamiento ilustrado que pretendía mejorar la calidad de vida a todos los niveles y en todos los ámbitos sociales, no quedo más remedio que buscar grandes solares en la periferia de la ciudad, que permitieran desarrollar el tipo de vivienda que la aristocracia demandaba. Se concentraron principalmente en la zona oriental y occidental, coincidiendo con la vecindad del Palacio Real y el del Buen Retiro. Los palacios de Liria, Buenavista, Villahermosa y Osuna son buenos ejemplos de ello. Pero también se buscaron lugares cercanos a monasterios y conventos prestigiosos (San Andrés), o a las rutas oficiales por donde pasaban los reyes en sus desplazamientos.
Hubo tres momentos a lo largo del siglo XIX, que podrían indicarnos la relación entre la construcción de palacios y la clase social que los ocupaba. El primero se dio en la primera mitad del siglo XIX, entre 1800 y 1840, en el que la construcción de palacios estuvo protagonizada por la nobleza de cuna; el segundo en los decenio centrales del siglo, coincidiendo con el reinado de Isabel II, entre 1840 y 1868, en el que la aristocracia de nueva creación adquirió un creciente protagonismo, ejemplificado en la construcción del palacio del marqués de Salamanca; y el tercero, coincidiría con la Restauración borbónica, 1875-1900 representado por la alta burguesía de los negocios ennoblecida, un ejemplo claro es el palacio de Linares . A la vez estos tres periodos se corresponderían con la secuencia de construcción Palacio-Palacete-Hotel.
De los grandes palacios concebidos al modo tradicional y habitados por la antigua nobleza, podríamos señalar los de Villafranca, el de la Alameda de Osuna, que situado en una amplia zona despejada permitió crear una residencia rodeada de jardines y huertos o el de Liria, junto a la Puerta de San Bernardo en el límite de la ciudad. Propios de la nobleza surgida gracias al dinero, los del marqués de Salamanca en Recoletos y el de Gaviria, ambos de influencia italiana. Poco más tarde, de influencia francesa, destacó el palacio del duque de Uceda en la plaza de Colón, o el de Portugalete en la calle Alcalá.
Una vez hecho realidad el proyecto del Ensanche, la nobleza pasó a contar con un barrio residencial propio donde estaba agrupada. Hasta entonces sus palacios habían estado más o menos dispersos por la ciudad. Y fue sobre este nuevo barrio donde el marqués de Salamanca proyectó la construcción de unos Hoteles para la clase alta, que serían los antecedentes de las viviendas unifamiliares de la Ciudad Lineal y de la Ciudad Jardín.
Los palacios del XIX a diferencia de los anteriores mezclaba el lujo tanto interior como exterior. Las fachadas solían ser de ladrillo y piedra, formando con ello una combinación bicromática. En ellas se podían contemplar elegantes frisos, cornisas y portadas en las que se encajaban los escudos familiares. Avanzado el siglo, fueron apareciendo los balcones. Además, rodeaba al edificio enormes jardines con fuentes y pequeños estanques, limitados con formidables cerramientos que incluían monumentales puertas de entrada.